Por: Aletheia Lopez Valdivia

El sociólogo polaco Zigmunt Bauman nos advierte en sus reflexiones, cómo la exaltación de la libertad por ella misma nos lleva a un amor líquido, por el contrario una libertad responsable nos lleva al amor sólido. Este sociólogo contemporáneo nos hace ver la urgencia de atender al fenómeno del consumismo que impide una verdadera vinculación, añade en su análisis una verdad sobre las redes sociales, por lo general estas invaden los espacios y diluyen la vida relacional, son el fruto precioso de la “modernidad líquida”

 “Hoy la mayor preocupación de nuestra vida social e individual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar en el futuro. No creemos que haya soluciones definitivas y no solo eso: no nos gustan”[1].

A partir de esta afirmación podemos comenzar a reflexionar en la liquidez, según el término acuñado por Bauman, en la que estamos inmersos, en esta aparente incapacidad que hemos desarrollado de abrirnos y entregarnos a los demás, de vincularnos entre nosotros. Esto puede sonar abstracto pero propongo estos ejemplos: Ahora lo normal es no casarse, no tener hijos. ¿Las razones? La economía no permite mantener hijos, ya no alcanza el dinero, tenemos que desarrollarnos profesionalmente, viajar, un hijo ata, ¡hasta por la ecología!, la explosión demográfica, el amor se acaba, un papel no garantiza nada, y muchas más “razones” como estas. Hemos hecho de la libertad un ídolo que en lugar de darnos felicidad y plenitud, nos deja hundidos en la soledad y la desconfianza, nos miramos con sospecha y tomamos distancia, finalmente: ¡todo pasa!-incluyendo a las personas-, no vale la pena “encariñarse”. Estamos siempre en línea en las redes sociales y nunca tenemos tiempo para nada ni para nadie. ¡Nunca hay tiempo!

Paradójicamente estamos siempre sedientos de amor, de aceptación, basta pensar en todo lo que sacrificamos para estar vestidos a la moda, ir a los lugares más populares, tener los aparatos electrónicos más recientes, y en casos recientes se ha hecho mucha publicidad a jóvenes con accidentes graves o que han muerto por tomar fotos arriesgadas para tener más likes en las redes sociales. Ojalá esta liquidez quedara en aspectos externos, pero desgraciadamente no. Hoy nos desinteresamos en la política, así que elegimos a nuestros gobernantes por hastío, nos sumamos a ideologías y grupos que pretenden descubrir el hilo negro de la humanidad sin reflexionar profundamente, nos contentamos con explicaciones absurdas y superficiales y, lo que es peor, callamos la verdad, preferimos mantenernos lejos como espectadores con tal de no perder la aprobación del grupo.

Aunque todas estas situaciones nos pueden parecer desesperanzadoras y aplastantes, el Evangelio no nos puede dejar conformarnos y resignarnos ante esta realidad, el Ámense unos a otros como yo los he amado[2]  nos da la pauta y la medida del amor al que estamos llamados. El amor con el que Dios nos ama, es un amor que permanentemente se entrega, que permanece siempre fiel e incondicional, un amor apasionado, dinámico y sobre todo, concreto. Aquí el consejo que el Papa Francisco dio a un joven universitario se hace necesario: ¡contra la liquidez, la concreción![3]

Como nos decía el Papa Benedicto XVI en la encíclica Dios es amor[4]: El desarrollo del amor conlleva el que ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad —solo esta persona—, y en el sentido del «para siempre». El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra manera, puesto que su promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad.


[1] https://www.lavanguardia.com/cultura/20170109/413213624617/modernidad-liquida-zygmunt-bauman.html

[2] Juan 15, 12b

[3] https://www.almudi.org/noticias-articulos-y-opinion/11528-visita-del-papa-a-la-universita-degli-studi-roma-tre

[4] Cfr. Benedicto XVI. Deus Caritas Est (2005), Vaticano. Número 7.

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