Homilía de Mons. Oscar Efraín Tamez Villarreal en la Solemnidad de San Juan  //  27 de diciembre, 2017


Estimados hermanos sacerdotes, familia de San Juan, estimados diáconos, hermanas religiosas, hermanos juaninos, hermanos todos:

Esta fiesta me hizo recordar una anécdota de cuando era seminarista, les cuento: Un verano donde organizamos unas “Vacaciones con Jesús”, -una actividad con adolescentes-. Entre ellos, estaba una pareja de adolescentes: Sergio y Deyanira, ellos dos eran -y todavía son- una pareja impresionantemente enamorada, si tú volteabas a ver a Sergio él estaba viendo a Deyanira, por más que uno le hablaba y lo invitabas a alguna actividad, él lelo, contemplando a su amada, y volteabas a verla a ella y estaba igual, se comían con la mirada. Nosotros pensábamos: “se les va a pasar”, y no, tiempo después los casé y hasta bauticé un hijo.

Una persona enamorada es una persona que solo contempla, no mira, contempla. Y ese es San Juan al que hoy celebramos. Es un hombre profundamente enamorado de Dios y que se descubrió agapetoi; sí, un hombre profundamente amado de Dios y eso lo hizo totalmente diferente al resto de los hombres. El amor que Juan experimentó por Jesús lo hizo un hombre contemplativo; Juan contempló junto con Pedro y con Santiago la Transfiguración, con estos dos mismos apóstoles contempló a Jesús en la oración del huerto pero hubo algo que fue propio de Juan y eso solo es fruto del amor, a los otros Once les faltó contemplar algo importante: la Cruz.

A Pedro le faltó fe, y en el fondo le faltó amor. A los otros la Sagrada Escritura no nos dice qué pero en el fondo les faltó amor porque lo abandonaron. Juan fue contemplando todo el proceso que le hicieron a Jesús y, entonces, Juan fue el único que contempló al Maestro en la Cruz, y contemplar al Maestro en la Cruz implica: Amor; eso le valió que entonces Jesús le encargara una tarea especial: llevar a su Madre a su casa y recibirla precisamente como nuestra Madre.

Eso es algo importantísimo e impresionante en la vida de los apóstoles, porque el que no ama, el que no contempla difícilmente puede ocupar el papel de discípulo, el papel de apóstol o el papel de hijo del que hablaba la primera lectura[1]  y voy a recordar un pasaje de Pedro[2]: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y contestan todos. Y para ustedes ¿quién soy? Y entonces nada más contesta Pedro; pero cuando Jesús le dice: Vamos a Jerusalén, Pedro le dice: Señor, ese camino no te conviene, ¡vamos a agarrar otro!, y Jesús le contesta: Apártate Satanás.

El camino del discípulo es el camino detrás de Jesús, detrás del Maestro y, de los Doce, el único que contempló ese camino fue San Juan y eso lo hace diferente. El amor y la contemplación no solo lo hace un apóstol diferente sino también un escritor y un evangelista totalmente diferente; Mateo, Marcos y Lucas hablan del Jesús terreno, Juan no. Juan nos habla de lo que contempló en la profundidad de un ilustre teólogo como escuchamos al inicio de la segunda lectura[3]: Les hablamos del que ya existía, o, en el evangelio que escuchamos el día de Navidad[4] de esa Palabra que se hizo carne, pero Juan dice: Yo lo vi, les hablo  de lo que yo vi, de lo que yo escuché, y estos dos verbos: observar y escuchar implican una vez más la virtud del contemplar, porque aquí todos podemos ver pero no todos observamos, yo creo que casi todos podemos oír pero no todos escuchamos y esa fue la diferencia de San Juan: El hombre que entendió lo que era sentirse amado por Dios y supo corresponder a ese amor contemplando la obra que Dios hizo en su vida y que no se la guardo, sino que la compartió con nosotros. Sé que a nosotros no nos toca escribir y no hay oportunidad de imitar a Juan el escritor, el Evangelista, pero sí podemos imitarlo en su modelo de discípulo.

Voy a terminar con unas palabras que leí de San Policarpo y que él se las escuchó a San Juan, de quien fue su maestro: Amemos a Dios amando al prójimo y ya habremos hecho un poco. Si nosotros queremos imitar a Juan Evangelista, empecemos por escuchar y por observar, y que estos dos sentidos nos lleven a contemplar al Maestro y a su obra; para poder así, imitarlo amando a los que están a nuestro alrededor.

[1] Cfr. Primera Lectura Prov 4, 1-9

[2] Cfr. Mateo 16, 13-23

[3] Cfr. Segunda Lectura 1Jn 1, 1-4

[4] Cfr. Jn 1, 1-18

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