“Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano, Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca, remendando sus redes. Los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre con los trabajadores, se fueron con Jesús.”
Marcos 1, 14-20

En este pasaje del Evangelio de Marcos podemos ver a Jesús que vio a dos hermanos: Pedro y Andrés; y luego vio a otro dos hermanos: Santiago y Juan. Esta vocación de los apóstoles me parece muy importante para recordar nuestra propia vocación.

La mirada de Jesús se fija en nuestra alma cada día, cada hora, cada momento. Ahora, el Señor nos mira. Cada día, cada hora y cada momento nos está llamando el Señor para que lo sigamos más de cerca.

Jesús miró a Pedro, a Andrés, a Santiago y a Juan. Su mirada se posó sobre ellos en el momento que eran pescadores, estaban en la realidad normal de las cosas humanas, no malas, pero solamente humanas. Y Jesús les dijo: “Vengan”. ¿A dónde? A estar con él. “Vengan conmigo” dice Jesús. ¿Y para qué? Para una transformación de vida. “Vengan conmigo y yo los haré pescadores de hombres”. El Señor nos llama cada día, cada hora, cada momento para que lo sigamos en una vida de transformación, es decir, una vida que transforma nuestro corazón para ser cada día un poco mejor. La vida espiritual es para eso, para ir transformado día tras día nuestro propio corazón.

También en este pasaje podemos ver la reacción de los apóstoles, que tiene que ser nuestra propia reacción. “Al instante, dejando las redes, le siguieron”. En esta reacción podemos distinguir 3 cosas: primero, al instante, inmediatamente. Cuando Jesús nos llama tenemos que responder a su llamada al instante, inmediatamente, porque es el Señor ¿quién va a decirle “espera un poco”, “llego en un ratito”? Hay alguien en el Evangelio que le pidió a Jesús que esperara un poco, “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”, ¿se acuerdan? Y el Señor no lo considera digno del Reino del Cielo. Al instante, inmediatamente. Cuando es cierta la voz del Señor en el corazón, cuando es cierta su llamada en el alma, no hay más que seguir esa llamada inmediatamente.

La segunda cosa que me parece interesante aquí es el verbo dejar. “Dejando a su padre Zebedeo en la barca se fueron tras él”. Dejaron. La renuncia, la renuncia de todo, pero cuidado, no se trata de la renuncia para entrar en la vida religiosa, no se trata de la renuncia a los bienes de la tierra para hacer una consagración religiosa. Se trata de la renuncia a lo que en el momento en el que me llama el Señor, me llena el corazón. Nos llama el Señor en cada momento, cada día, para desapegarnos de nosotros mismos. Las cosas que nos llenan el corazón pueden parecer cosas pequeñas, porque de cosas pequeñas se hace toda nuestra vida. Pero cosas pequeñas pueden llegar a tener importancia en nuestro corazón en el momento en que estamos apegados a ellas.

Al instante, la renuncia, y el tercer punto es, seguir. Seguir a Jesús siempre, seguirle en su camino que es un camino de luz y de amor. “Al instante, dejando las redes le siguieron”. Inmediatamente dejemos todo y sigamos al Señor; así irá creciendo en nosotros el amor, así ira creciendo en nosotros la vida espiritual.

Recordemos estos tres puntos. Cada día, cada hora, y cada momento tenemos que escuchar la palabra del Señor porque él nos llama siempre. Tenemos que escuchar su llamada para ponerla en práctica inmediatamente, para dejar todo lo que nos llene el corazón y para seguirlo en el amor.

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